«Al acabar, Lansky inicia el recorrido habitual por varias de sus salas de juego. Lanza alguna que otra ficha de 10 dólares sobre el tapete del Sans Souci y después se acerca hasta su lugar preferido en el Malecón. Permanece en silencio, con la mirada fija en el horizonte. Camina hasta su suite en el hotel Nacional y, después de ducharse y entalcarse, se sienta en calzoncillos frente al balcón, con una botella de Pernod a mano».
