“Van Gogh llegó a Arles en tren, en febrero de 1888. Provenía de París y buscaba la luz meridional y los colores cálidos del sur de Francia” (elmundo.es). “Consideraba su naturaleza tan extraordinariamente bella, que afirmaba que no podía pintarla tan bella como era, y que lo absorbía tanto, que sólo podía dejarse llevar sin regla alguna. En ese momento comienza un periodo intenso y muy fecundo: realizará más de 300 obras en 15 meses” (la-provenza.es)…
No sé si el gran Vincent Van Gogh o Paul Gauguin encontrarían ahora la misma magia que les cautivó en Arles, pero si es cierto que La Provenza tiene, aún con los años, la masificación y la explotación turística, un encanto especial.
Aunque al entrar en Arles me recordó, irremediablemente, a Perpiñán, solo hace falta cinco minutos de paseo por sus calles bajo la luz del sol para darse cuenta que era una mala asociación y que, por suerte y a pesar de los años que corren por las paredes de sus edificios, Arles está cuidando bastante más su potencial como destino turístico.
Además, el ambiente inspira. Decenas de personas aprovechando un soleado sábado para salir con lápices y pinceles a inmortalizar rincones y captar la esencia de este lugar…
… te hacen sentir ganas de registrarlos tú también. Pero como eso de la pintura no se me da muy bien (se lo dejo a mis acompañantes, que ellos sí son grandes artistas), pues lo intentamos con la cámara:
Dejamos por un rato la historia y el arte para sumergirnos en algo más mundano. ¡Hoy es día de mercado!
Y ya que estamos, no podemos resistirnos a comprar alguna de esas exquisiteces y nos vamos a buscar algún lugar mágico de los alrededores de Arles para disfrutar de un pícnic en las últimas horas de sol que nos regalará ese mediodía francés.