Tal vez no sea el mejor momento para ponerse a escribir este post-resumen de 2013 pero ya no queda mucho margen antes de que acabe el año. Hace unos días cuando pensaba en cómo orientarlo recordaba las últimas líneas de 2012 y esas promesas de hacer que todo fuera diferente, pero también entendía que por entonces no había tenido en cuenta que existe una cosa llamada miedo. Un miedo irracional e injustificado si queréis, pero miedo al fin y al cabo que bloquea y te hace perder el tiempo.
Así pasa un año sin que hayas cumplido tus promesas y, lo que es peor, sin que hayas ofrecido lo mejor de ti a los tuyos. Pero ahora cuando empiezo a escribir todo ha cambiado. Desde hoy acaba una etapa. O mejor, planteémoslo al revés: empieza una nueva. Mil caminos que escoger, mil nuevas historias que vivir…
La situación se hace extraña después de tanto tiempo y tanta energía invertida. Pero, a pesar de todo, no me queda más que dar las gracias. Gracias por todos esos años, gracias por todos esos momentos compartidos con gente extraordinaria que se convirtieron en amigos, gracias por todo lo que me habéis enseñado y por todo lo que me habéis permitido aprender, gracias por la oportunidad y lo siento por no haber sabido dar más.
Y empiezo por este punto porque es el más reciente, pero no el más importante. Realmente este 2013 vuelve a tener un balance positivo gracias a la gente con el que lo he compartido. Mi gente. La que siempre está, la que ha vuelto a estar después de algunos años, la que ha aparecido y se ha colado queriendo o sin querer en un huequecito del corazón y aquella que se mantiene ahí a pesar del tiempo y la distancia.
No sé qué pasará en el futuro, pero sí sé que valdrá la pena si puedo seguir viviéndolo con vosotros.
Gracias por estar. Lo siento por no haber estado yo del todo.
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