Barcelona es una ciudad que me fascina. Ya sé que no es la primera vez que lo escribo en este blog, pero cada día que paso en ella, cada nuevo rincón que descubro, cada nueva persona que conozco y cada proyecto con el que, por casualidad o no, me cruzo, refuerzan esta idea.

Evidentemente, tiene muchas cosas que mejorar y debería ponerse las pilas, pero nadie ha dicho que fuera fácil. Aún así, es una ciudad extraordinaria capaz de despertar el interés de mucha gente que ha decidido apostar por ella para emprender y convertirla en su base de operaciones.

Pero eso es tema de otro post. En realidad, este pretendía ser un post sobre mis dos semanas como guía turística con mis amigos alemanes y suizos. Si, lo sé, una mezcla interesante que además ha tenido como colaborador puntual un griego que ha acabado de redondear el debate. Pero a lo que íbamos, ¿puede una ciudad enamorar a unos turistas en menos de tres días?

Sí, Barcelona puede. Y no solo por el sol, la playa y los días de calma. Sus calles, sus monumentos, sus rincones, su cultura, sus gastronomía,y sus infinitas posibilidades que dan respuesta a todos los gustos, pueden cautivar a cualquiera hasta el punto de pensar en la posibilidad -si la situación de España no fuera la que es- de pedir el traslado por un tiempo y acabar de descubrir todo lo que esta ciudad puede ofrecerle.

Aunque como guía improvisada, tengo que decir que es una ciudad difícil de gestionar en tres días. Mar, montaña, ciudad, parques, monumentos, museos, restaurantes, cafés…