Y se me ocurre que esa novia no lo tenía tan claro. Los preparativos la agobiaron, la familia la atosigaba y el futuro a su lado se le hacía eterno. Pero no por aquel «para siempre» que iba a dar en breve, sino porque veía su vida abocada a la rutina. Y pensó que todavía era joven, que todavía le quedaba mucho por vivir, por experimentar, por aprender. Y lo miró. Y sabía que lo quería con toda su alma, pero que ninguno de los dos iba a ser del todo feliz después de aquel momento. Y decidió correr, huir y empezar de nuevo. Y por el camino dejó una familia perpleja, un novio atónito y un precioso ramo de novia como testigo.