Ser prisionero en el Castillo de If no era cualquier cosa. Había condenas que podían durar toda la vida. Lo común era permanecer encerrado en una mazmorra con una superficie no mayor a dos metros cuadrados, con muros de piedra de sesenta centímetros de espesor. Sin baño, sin luz, sin visitas ni compañía, sin derecho a tener libros, papel o herramienta alguna. Como comida, un aguado y grasoso potaje en el que con mucha suerte podía encontrarse un pequeño trozo de papa podrida flotando.
El Conde de Montecristo, Alejandro Dumas
Dan ganas de viajar alli, si.. 🙂