Estrenar proyecto siempre es interesante, y más cuando es una iniciativa que te permite participar en una propuesta tan ambiciosa como emprender un diario digital de opinión y compartir conocimiento, experiencias y buenos ratos con personas tan increíbles como Ramon Prats, Rosalía de la Cruz, Silvia de la Cruz, Elisabet Baille, Jon Permanyer o Roger Pastor y el resto de 54 firmas que espero ir conociendo poco a poco. Por mi parte, aunque tengo que reconocer que esto de opinar asusta al principio, espero poder aportar mi granito de arena y despertar vuestro interés por nuestra sección de tecnología 🙂
Comparto aquí uno de los artículos ya publicados. Podéis ir siguiendo el resto en mi perfil de 50×7.com
¿Compramos tecnología con fecha de caducidad?
Una conversación con unos amigos sobre lo poco que duran las baterías de los últimos móviles que han adquirido, me hizo recordar aquel documental de “Comprar, tirar, comprar”, dirigido por Cosima Dannoritzer, que tanto revuelo levantó hace unos meses al poner sobre la mesa la realidad de un concepto de obsolescencia programada que todo el mundo imaginaba pero que nadie era capaz de concretar.
Siguiendo con la misma conversación nos preguntamos si no se les estaba escapando de las manos eso de vender productos tecnológicos con fecha de caducidad y no adaptarlos a los servicios que estaban vendiendo. Porque una cosa es no querer arruinar su negocio, pero otra muy distinta pretender que el usuario se cambie de móvil cada año porque el que tiene no aguanta un día entero de trabajo entre apps, correos, mensajes y llamadas.
¿Compraría un móvil si supiera que está programado para dejar de funcionar después de 200 horas de uso? No, evidentemente no. Pero tampoco tenemos mucha alternativa y, a pesar que todos somos cada vez más conscientes que las compañías programan sus productos para que dejen de funcionar pasado un determinado tiempo, acabamos adquiriéndolos igual por necesidad o por capricho.
En este sentido, a parte de los casos de la bombilla, las medias de mujer o las impresoras que cita el documental que antes mencionaba, destaca el caso de los iPod, que Apple lanzó al mercado con una vida máxima de sus baterías de entre ocho y doce meses. Esta jugada no le salió demasiado bien porque el director norteamericano Casey Neislat y su hermano le dedicaron un vídeo denuncia con el que consiguieron que a la compañía le llovieran quejas de sus clientes, llevando el caso a los tribunales que obligaron a Apple a asegurar dos años de vida en sus reproductores de música y crear un departamento de recambios. No obstante, ¿es necesario llegar a esos extremos para que los fabricantes se replanteen las fechas de caducidad de sus productos?
Por otro lado, a parte del inconveniente económico que supone la tecnología con fecha de caducidad, no se nos puede olvidar el daño al medio ambiente que cada producto que se vuelve obsoleto provoca al deshacerse de él. Esto demuestra que el actual sistema de producción no contribuye al equilibrio del planeta.