Y un estirón más (en bus, eso sí) y llegamos a Finisterre (o Fisterra como lo llaman allí). Es momento de cambiar el chip, de relajarse y respirar… Una playa prácticamente vacía com miles de conchas para coleccionar, agua helada para purificar el cuerpo, más lugareños y turistas que consiguen hacerte sonreir y reír y… el Faro. Decepción por no poder ver mi ansiada puesta de sol, pero magia envuelta de niebla: el Fin del Mundo, con todas sus letras. Nada más allá de la última roca. No hay mar. No se puede jugar a divisar América. Ahora sí, una tenue luz que alumbra la nada y miles de misterios por resolver, de historias que inventar…
Tierra extraña aquella…Un beso.