El sueño de la razón produce monstruos

Del mismo modo, esta mañana le resulta imposible sustraerse a los negros presagios que ensombrecen Madrid. El rumor vago que llega a los tímpanos maltrechos del viejo pintor se incrementa a veces, subiendo de punto, mientras las cabezas de la multitud se agitan en oleadas, igual que el trigo a efectos del viento, o el mar cuando avisa temporal.

El aragonés es hombre enérgico, que en su juventud hizo de torero, riñó a navajazos y fue prófugo de la Justicia; no se trata de un petimetre ni un apocado. Sin embargo, ese gentío para él casi silencioso, que se estremece y agita cerca, tiene algo oscuro que lo inquieta más allá del motín inmediato o los disturbios previsibles. En las bocas abiertas y los brazos alzados, en los grupos que pasan llevando en alto palos y navajas, gritando palabras sin sonido que en la cabeza de Goya suenan tan terribles como si pudiera oírlas, el pintor intuye nubes oscuras y torrentes de sangre.

A su espalda, entre lápices, carboncillos y difuminos, sobre la mesita donde suele trabajar en sus apuntes aprovechando la claridad del amplio ventanal, está el esbozo de algo iniciado esta mañana, cuando la luz era todavía gris: un dibujo a lápiz donde se ve un hombre de ropas desgarradas, arrodillado y con los brazos en cruz, rodeado de sombras que lo cercan como fantasmas de una pesadilla.

 Y al margen de la hoja, con su letra fuerte, indiscutible, Goya ha escrito unas palabras: Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer.

A. Pérez-Reverte. Un día de cólera

 

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